jueves, 17 de junio de 2010

El salmón Andrés Calamaro, la mentira popular


Por la noche y luego de lavarme las heridas y la sonrisa dibujada, decidí acostarme y navegar por ese mundo paradisíaco e infernal llamado “Twitter” No hice dos minutos de recorrido hasta que choqué contra un iceberg del tamaño del ego de los famosos. Corrí desesperado a través de la cubierta de mi barco imaginario hasta que llegué a la proa y pude verlo todo más claramente, tan claramente que me tembló el mentón y mordí mi labio inferior. Allí estaba Andrés Calamaro, un músico al que admiro desde siempre por los acordes y las palabras que regala a este mundo en do menor, un músico que me inspiró a tocar alguna vez la guitarra y disfrutar con ello. Allí estaba ese salmón, que dice ser, saltando contra el iceberg que acababa por incrustarse en uno de mis costados, con sus anteojos para el sol en medio de la noche fría y sus tatuajes floreándose en sus escamas. Se vanagloriaba de sus saltos, de la suerte de ser salmón y no barco, de la intelectualidad de sus pulmones, aunque me extrañó que tuviera si es un pez. Y como tal, se mofó, aplaudió, festejó a las corridas de toros y al salvajismo humano como si no fuera ni uno ni otro, que, aunque sea pez salmón, no es extraterrestre ni dios. “Es que me parece infantil pero imprudente comparar el sufrimiento humano con el de las bestias, nobles animales que comemos a diario” dijo, y continuó “Comemos sushi, extinguimos especies, comemos langostas que hervimos vivas, comemos carne asada por placer y encuentro cultural” doblando la apuesta y dando sus justificaciones, débiles y hasta infantiles, agresivas y de dudosa inteligencia, refiriéndose a la matanza de los toros en las plazas, ante cientos de personas, al mejor estilo del Coliseo. Recibió aplausos y palmadas en la espalda, pero también algún sacudón desde los hombros, a lo que contestó “No pequen de infantiles, de imprudentes, de caretas, de boludos, ¿no se dan cuenta la CRUELDAD implícita en el pataleo abolicionista?” y mientras vociferaba el salmón, mi rostro se despintaba con la rapidez de la tristeza de perder tantos sueños que sus acordes me habían regalado. Quise pasar de página, pero como vituperador, también soy curioso y obstinado. Algunos salmones y otros pececillos lametones de peceras festejaban las palabras del cantante pisciano, pero otros, disconformes con sus dichos (dichos que deben saberse públicos de una persona pública y por consiguiente, abiertos a ser debatidos por todo dios) le reclamaron, a lo que la respuesta del salmón terminó de desencantarme, jodiéndome la noche “No comemos por alimentarnos unicamente, comemos con placer cultural nuestro rito de la muerte asada, los toros no es deporte ni diversión” y remató “Si sigo leyendo estupideces voy a renunciar el derecho del twitt ; escuchen rock , lean libros buenos, salgan un poco del termo-net” como si solo los salmones fuesen ávidos lectores de buenos libros (¿qué será un buen libro para Andrés?) y escuchas de rock, a la postre, de estar tecleando desde su computadora y decir que sus detractores salgan del termo-net… justamente, el cantautor que supuestamente regala dos o tres temas por Internet de mal sonido para promocionar luego a sus discos amparados por grandes sellos y muchos ceros a la derecha de su aleta y su pluma. Miré al horizonte, solo un momento, y volví la vista al salmón… y lo mandé a la puta madre que lo parió. Acto seguido, corrí hacia la popa y meé sobre su último cidi. Mucho menos voy a bancar que te metas con mi chica, cabrón, pensé, tras leer que uno de esos latigazos fue justamente para quién comparte mi vida con barco, iceberg y todo. Seguiré escuchando tu música pero a sabiendas que cuando desenchufas el micrófono y la guitarra, no sabes ni en donde estás nadando. Y encima aparece alguien reclamando tolerancia… como si Andrés supiera que significa esa palabra.